El designio divino en Cristo y el misterio trinitario
Abstract
La centralidad de Cristo en la historia de la salvación, que da a la historia entera su sentido, ha sido reconocido desde los primeros tiempos de la Iglesia. Jesús es el Logos, mediador de la creación, en el que todo subsiste y hacia el cual todo camina. Jesús es el centro de la historia en cuanto es el Hijo de Dios hecho carne y en cuanto es el “Cristo”, que ha recibido la unción del Espíritu y lo comunica a sus hermanos. La obra salvadora de Cristo no se entiende sin referencia a su condición filial, a su referencia al Padre; nuestra plenitud es la participación en su filiación. No se entiende tampoco sin el Espíritu Santo, que ha guiado su camino histórico hacia el Padre y por cuya acción podemos ser configurados con Cristo y hacernos hijos de Dios. No se comprende la obra de Cristo sin la referencia trinitaria. Las tres personas de la Trinidad son inseparables y actúan por tanto inseparablemente, como dice un principio clásico de la teología. Principio que evidentemente ha de ser completado añadiendo que cada una de las personas actúa según su propiedad personal irrepetible. Cristo, el Hijo, es solamente en su relación al Padre y al Espíritu Santo, y por ello ni su persona ni su obra pueden considerarse sin tener presentes las otras dos personas. Solamente a la luz del misterio trinitario recibe la totalidad de sentido la mediación universal de Jesús. La centralidad de Cristo no oculta sino que manifiesta que el misterio del Dio uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el centro de la vida y de la fe de los cristianos.La centralidad de Cristo en la historia de la salvación, que da a la historia entera su sentido, ha sido reconocido desde los primeros tiempos de la Iglesia. Jesús es el Logos, mediador de la creación, en el que todo subsiste y hacia el cual todo camina. Jesús es el centro de la historia en cuanto es el Hijo de Dios hecho carne y en cuanto es el “Cristo”, que ha recibido la unción del Espíritu y lo comunica a sus hermanos. La obra salvadora de Cristo no se entiende sin referencia a su condición filial, a su referencia al Padre; nuestra plenitud es la participación en su filiación. No se entiende tampoco sin el Espíritu Santo, que ha guiado su camino histórico hacia el Padre y por cuya acción podemos ser configurados con Cristo y hacernos hijos de Dios. No se comprende la obra de Cristo sin la referencia trinitaria. Las tres personas de la Trinidad son inseparables y actúan por tanto inseparablemente, como dice un principio clásico de la teología[1]. Principio que evidentemente ha de ser completado añadiendo que cada una de las personas actúa según su propiedad personal irrepetible. Cristo, el Hijo, es solamente en su relación al Padre y al Espíritu Santo, y por ello ni su persona ni su obra pueden considerarse sin tener presentes las otras dos personas. Solamente a la luz del misterio trinitario recibe la totalidad de sentido la mediación universal de Jesús. La centralidad de Cristo no oculta sino que manifiesta que el misterio del Dio uno y trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el centro de la vida y de la fe de los cristianos.[1] S. Agustín, Trin. I 4,7 (CCL 50, 36): «…pater, filius et spiritus sanctus sicut inseparabiles sunt, ita inseparabiliter operentur».
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